Paseando por plaza Francia el domingo pasado me encontré con un lugar que había escuchado nombrar varias veces. Lugar de reunión de los pilotos que corrían picadas desde 1940, este café recibe el nombre de La Biela cuando en una tarde de verano se le funde el auto a Mieres en la esquina de Junín y Quintana. El café costaba 15 centavos y se vendía desde yerba y azúcar hasta medicinas. Desde pilotos, políticos, intelectuales hasta las familias que salían del cementerio y de la iglesia concurrían a este lugar.Hace casi diez años atrás fue declarado sitio de interés cultural. En ese momento el diputado peronista Guillermo Olivieri recordó: “A principios de los 60, la leyenda cuenta que Ernesto Sábato se sentaba por allí junto a su secretaria, a quien dictaba párrafos de Sobre héroes y tumbas. Y Julio Cortázar, en 62: Modelo para armar, cuenta una relación sexual en un hotel de la calle Azcuénaga y menciona a La Biela, ya convertida en una institución. En la década del 60 llegaron los hippies, en los 70 los chetos y a partir de los 80 fue sede privilegiada de los yuppies. Pero en los 60 fue muy visitada además por el llamado mundo artístico: todavía se recuerdan las noches de Raúl Lavié y sus amigos, que gustaban ver la salida del sol desde sus mesas. Eran noches de largas charlas, que miradas a la distancia tienen el encanto de lo ingenuo, de lo apenas transgresor.La década del 70, en cambio, dejó paso a personajes siniestros, como el coronel Ramón Camps y algunos miembros de la ultraderechista Triple A”. Cuántas historias se desprenderán de las paredes de La Biela…
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